El Taller del Descanso

La niña llegó al final de un pasaje oculto, marcado por un arco cubierto de glicinas metálicas y relojes suspendidos enredados como frutos de tiempo. Al cruzarlo, el ambiente cambió por completo. Ya no era un jardín ni un bosque encantado, sino el interior de un taller grandioso, antiguo, cálido… con paredes de bronce y cobre talladas con motivos florales y engranajes, como si la misma naturaleza hubiese aprendido a hablar en idioma mecánico.

En el centro del lugar, una cama de ruedas y tuercas parecía latir suavemente, como si respirara. Lámparas cálidas colgaban del techo como pequeños soles, y desde la baranda superior se asomaban libros, mapas y aparatos antiguos que parecían diseñados para explorar sueños.

Agotada por su travesía entre portales, la niña se acercó y se dejó caer suavemente sobre la cama. Sus pies aún guardaban rastros de pétalos y polvo de luz, pero sus ojos ya no podían sostener el peso de la vigilia. Antes de rendirse al sueño, una voz suave, casi un susurro entre engranajes, se oyó desde una vieja radio al pie de la cama:

—Donde la flor florezca, el futuro también.

Y así, arropada por máquinas dormidas y estrellas que giraban en relojes, la Jardinera cerró los ojos… sabiendo que el próximo portal la esperaría en sus sueños.