“La Semilla y el Susurro”
— Esta semilla no crecerá aquí. Pero en el otro lado... puede convertirse en todo lo que fue. Un nuevo mundo, si sabes guiarlo.

(Segunda parte de “La Jardinera de los Portales”)

La niña se llamaba Elia. No sabía que aquel día cambiaría el rumbo del planeta… ni que su voz traería vida a lo que ya se creía perdido.

Había seguido los rumores de la aparición. Mientras los adultos temblaban de miedo o se escondían tras sus escudos digitales, ella caminó sin titubear hasta el corazón del jardín espontáneo que había brotado entre el concreto agrietado de Neo-Erewhon. Donde antes solo había polvo, ahora florecían girasoles y orquídeas imposibles, como si el tiempo se hubiera detenido para permitir un último aliento de belleza.

Frente a ella, la Jardinera la esperaba.

Majestuosa, inmóvil, con la flor de loto en la mano y una mirada que contenía siglos de historias, se inclinó ligeramente al verla. No habló. No hizo ningún gesto. Solo aguardó.

Elia, con sus zapatos gastados y su pequeño bolso lleno de semillas antiguas —herencia de su madre archivista— sintió que debía decir algo más allá de las palabras comunes. Cerró los ojos, respiró profundo… y susurró el nombre.

“Elianthé.”

La palabra no era humana. Era un eco de algo más viejo que las bibliotecas, más profundo que los océanos. Un nombre que había escuchado en sueños, repetido por árboles que ya no existían.

La flor en la mano de la Jardinera brilló suavemente. Las hojas del portal se estremecieron, como si reconocieran la canción de una hermana.

Entonces, la Jardinera habló por primera vez, con una voz que parecía brotar de la tierra misma:

Has recordado.

Abrió la mano y dejó caer la semilla cristalina.

Esta semilla no crecerá aquí. Pero en el otro lado... puede convertirse en todo lo que fue. Un nuevo mundo, si sabes guiarlo.

El portal detrás de la Jardinera comenzó a abrirse, revelando un paisaje aún inestable: cielos líquidos, islas flotantes, un horizonte de posibilidades. No era el fin. Era un principio.

Elia la tomó sin miedo.

Y mientras cruzaba el umbral, las flores la siguieron. No como escoltas… sino como parte de ella.

Nadie en Neo-Erewhon volvió a verla. Pero algunos aseguran que, en noches sin luna, pueden oír una risa infantil entre las enredaderas, y una flor blanca florece en los sitios más improbables.